Lo cierto es que Parlá había sido el primer alumno cubano en graduarse del curso de la Escuela de Aviación Curtiss, de la Florida, aunque antes estudió allí el tristemente célebre Arsenio Ortiz, llamado con el tiempo el Chacal de Oriente y por la época testaferro del entonces presidente José Miguel “Tiburón” Gómez; pero Ortiz no terminó su curso.
En su primer vuelo, el 9 de febrero de 1912, Parlá obtenía excelentes calificaciones, y su instructor, el piloto norteamericano Charles Witner lo señaló como el mejor piloto del curso.
Parlá había llegado a aquella escuela recomendado por John Mac’Curdy y Charles Walsh, ambos aviadores norteños, a quienes conoció cuando el joven era solo un intérprete de inglés que trabajaba en el hotel Perla de Cuba.
Uno de los pilotos estadounidense, en una de sus muchas demostraciones en La Habana, solicitó un voluntario para volar con él en el espectáculo. El joven cubano se ofreció y Walsh quedó sorprendido con la valentía, la cooperación y la destreza del criollo.
Tres meses después Parlá obtenía su propia licencia, solo que al regresar a La Habana descubrió que era no más que un “piloto en tierra”.
Por la época, un endeble y precario hidroavión Curtiss —versión militar— valía no menos de cinco mil pesos, cantidad a cinco mil... pies de altura del bolsillo de Parlá.
Gracias a muchos amigos, conocidos y admiradores que hicieron colectas, rifas y campañas el recién estrenado aviador conseguía su propia máquina, justo pocos días antes de iniciarse una prueba planteada por el Ayuntamiento de La Habana en la que se ofrecía 10 mil pesos al piloto que hiciera por primera vez el vuelo Cayo Hueso-La Habana y lo hiciera además en menos tiempo.